¿Sabías que existen diferentes tipos de hambre?

No solo comemos por necesidad física, sino también por factores visuales, olfativos, emocionales y hasta mentales. A menudo, nos dejamos llevar por impulsos o condicionamientos externos sin reconocer lo que realmente necesitamos. En este artículo, exploraremos los distintos tipos de hambre y cómo aprender a identificarlos puede ayudarnos a tomar decisiones más conscientes y saludables en nuestra alimentación. ¿Te atreves a descubrir cuál es tu hambre real?

Elena Reina

Alimentación Consciente, Teatro Gestalt, Eneagrama...

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Hambre visual: comer por los ojos. ¡¿Realmente tengo hambre?! O como porque me ha llamado la atención el donut. Mira la comida en tu plato: colores, la mesa, etc. La vista tiene un gran poder sobre la mente, tanto que es capaz de convencer de que no escuchemos ni al estómago ni a la boca.

Comemos mucho en función de lo que tenemos delante. De pequeños teníamos esa intuición perdida. De hecho, a los 5 años empezamos a comer según las porciones que vemos en nuestro plato. Hay estudios que demuestran que, a mayor cantidad en el plato, nos sentimos obligados a comer más.

El hambre visual no solo se alimenta con comida, también se alimenta disfrutando de una puesta de sol, de un paisaje, de mirar a tu pareja, a tu hijo… millones de maneras diferentes.

Hambre olfativa: la comida nos atrae por los olores. Además, el olfato tiene mucho poder, pues es un mecanismo que teníamos de defensa y que nos ayudaba antiguamente a saber cuáles eran los alimentos tóxicos, cuáles podíamos comer y cuáles no. Incluso nos ayudaba a localizar la comida. Para antes de comer, párate y huélela. ¿A qué huele? ¿Qué sensaciones cambia en tu cuerpo? ¿Cómo te sientes?

Y ese hambre olfativa la puedes satisfacer con las fragancias: oler un perfume, oler una flor, la lluvia… observa las sensaciones, las emociones.

Hambre estomacal: señales que nos envía nuestro estómago. Puede ser de contracción o relajación. Mayormente nos confundimos con esas señales, pues nos hemos desconectado de nuestro cuerpo y la ansiedad y el estrés también nos mandan esas señales al estómago. Entonces, automáticamente, nuestro cerebro se bloquea y no tomamos la elección correcta, por lo que nos atiborramos. ¿Cómo sabes que tienes hambre? ¿En qué momento del día la sientes más? Observar los detalles es información valiosísima para volver a conectar con tu cuerpo.

Hambre mental: los pensamientos. Los pensamientos no somos nosotros; los pensamientos son solo eso: que vienen y van. La mayor parte del tiempo no son ciertos. No tenéis que creer en ellos, ni en la historia personal que hay detrás de ellos. Así que observa qué te dices delante de la comida: "Me merezco un helado", "Tendría que comer menos", "Tendría que comer más", "No me conviene tanta sal".
Observa qué te dices. En la sociedad hay demasiada información sobre la comida que se contradice constantemente: hoy está de moda esto y mañana lo otro. Conecta con tu cuerpo, tus sensaciones y emociones. Pregúntate: cuando estoy deprimido, ¿qué como? No sabemos qué queremos y recurrimos a la comida para cambiar el estado de ánimo. Esto es un gran error que cometemos todos por falta de presencia y atención. No nos falta disciplina, nos falta atención y presencia. Así de sencillo.

Hemos perdido la sintonía y conexión con nosotros mismos y con los demás, y eso nos lleva a sentirnos vacíos, desconectados y solos. Pasamos a ser "yo" y los demás, y esto es una causa segura de sufrimiento.
Estando atentos, recuperamos esa sintonía y capacidad de disfrute, esa libertad de tomar decisiones correctas, reconociendo lo que nos pasa.
Tenemos miedo a sentirnos vacíos y necesitamos estar todo el día produciendo y adquiriendo cosas. Creemos que, mientras más tenemos, más valemos. Nos pensamos que nuestra capacidad de supervivencia depende de estar llenos. No queremos sentirnos vacíos. Hemos olvidado: ¿qué es realmente lo que nos llena?
Trae presencia a tu vida.

Hambre celular: es lo que necesita nuestro organismo. Es conectar con esa sabiduría interior y ver realmente qué necesita. Tu cuerpo sabe perfectamente los nutrientes que necesita comer y la cantidad que requiere. Escucha tu cuerpo; él sabe perfectamente qué necesitas. Los animales saben perfectamente qué pueden comer, qué es tóxico o venenoso, lo que pueden o no comer. Conecta con tu cuerpo, con el olfato, las sensaciones, el gusto, las emociones.

Hambre de corazón: asociamos alimentos con sensaciones de bienestar, con recuerdos de la infancia. Esas sensaciones agradables o desagradables que hemos tenido con la comida nos han condicionado más tarde en nuestros hábitos. La manera de nutrir el hambre de corazón es con intimidad, no con comida. Cuando uno se siente solo, triste o aburrido, la comida no va a sustituir eso. Entonces, distingue, para, observa y ve qué tipo de hambre tienes. ¿Realmente qué necesito? ¿Cuál es mi necesidad? ¿Es realmente comida?

La mayor parte de las veces os daréis cuenta de que no… y os daréis cuenta de que coméis cosas que tampoco os gustan tanto. Vamos en automático, y el estrés influye muchísimo en esto. Tiene mucho que ver. Cuando comemos estresados, acumulamos más grasas, porque cuando damos esas órdenes estando en un momento de estrés, nuestro cerebro está bloqueado y en modo reactivo, en modo automático. No puede tomar decisiones y elecciones correctas. Por eso, cuando iniciamos dietas y le mandamos esas órdenes a nuestro cerebro de "no se puede comer esto o lo otro", pasa todo lo contrario: lo deseamos muchísimo más, porque las señales que enviamos a nuestro cerebro son de escasez y, automáticamente, como mecanismo de reserva, acumula más grasas.

Hambre bucal: la boca busca sensaciones agradables constantemente. Este tipo de hambre está condicionado por los hábitos que hemos adquirido en nuestra infancia, la sociedad y la cultura.
Lo que rechazamos o nos parece asqueroso va a depender de lo que hemos aprendido y recibido en la infancia (aquí no comeríamos insectos por un tema cultural).
Y lo que le pasa a la boca es que se aburre rápidamente.
Empezamos a masticar y la comida pierde sabor, pierde textura, y nos aburre. Automáticamente, la boca quiere otro bocado. Date cuenta de que nos metemos otro bocado cuando prácticamente todavía no hemos tragado el anterior, y la confusión entre la sed y el hambre.

Traslada la atención plena, el mindfulness, a todo lo que haces en la vida: relaciones, momentos, etc.

Consejos para practicar la atención plena:

  1.  Para y respira: La respiración nos ayuda a reconocer cómo está nuestro cuerpo. Si estamos estresados, comeremos en automático. Si nuestra respiración está agitada, puede que tengamos ansiedad o cansancio, y entonces no necesitamos comer. Necesitas un descanso, un mimo o algo más. Respirar nos ayuda a metabolizar mejor la comida y verificar esos síntomas de estrés. Respira antes y durante la comida.
  2.  Observa tu hambre estomacal: Pregúntate: ¿cuánta hambre tienes del 1 al 10? ¿Realmente quieres comer?
  3.  Observa lo que hay en el plato: Observa tu comida y pregúntate: ¿realmente me lo quiero comer? ¿Es lo que me apetece o es porque ya está en el plato? Observa los colores, las formas.
  4.  Saborea la comida: Es importante saborear y masticar, permitiendo que el cerebro reconozca la sensación de saciedad. No todo lo queremos hacer rápido. A nuestros hijos les obligamos a comer rápido. Hay que parar, para recuperar la capacidad de disfrute. Esto no solo aplica a la comida, sino a todo. Observa el sabor que metes en tu boca.
  5.  Huele la comida: Alimentarnos de la fragancia de la comida.
  6.  Come la cantidad adecuada: Observa y verás que comerás menos.

Toma de conciencia, no disciplina.
Pon atención en las cosas pequeñas de la vida, y ahí te aseguro que encontrarás la felicidad.

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