Los límites como base para la estructuración infantil
Durante la crianza y el acompañamiento se habla, y mucho, de los límites y las libertades de les hijes. Pero, ¿sabemos realmente qué son los límites y qué significan para les niñes?
Nos atrevemos a decir que no siempre.
Nuria Gros
Educación social, pedagogía y psicoterapia infantil y juvenil, Gestalt...
Los límites son un acto de amor hacia les niñes. Cuidan, dan seguridad y les ayudan a entender cómo funciona su mundo. Los límites enseñan a reconocer los peligros, a tener responsabilidad y a relacionarse con el resto de personas de su entorno. Cualidades, todas ellas, esenciales para desarrollarse y crecer como personas.
No obstante, la dificultad para establecer límites es real. ¿Por qué como adultos, y sabiendo sus beneficios, hemos desnaturalizado los límites en la infancia? Las respuestas podrían ser muchas, pero queremos destacar algunas.
Y es que los límites mueven la emocionalidad de les niñes ya que pueden enfadarse o entristecerse, y estas emociones reclaman nuestra presencia y disponibilidad para acogerlas y acompañarlas. Y no siempre resulta fácil. Principalmente porque remueven nuestra propia emocionalidad y también porque no tenemos tiempo.
Otra de las dificultades con las que nos encontramos cuando se trata de poner límites es que, actualmente, y debido a nuestra propia crianza, tenemos una gran confusión entre ser autoridad y ser autoritarios.
A menudo olvidamos que no es lo mismo poner que imponer límites. También, que un límite no es igual a un castigo, sino una consecuencia real y coherente. Si pensamos que poner límites tiene que ver con una educación autoritaria nos costará ponerlos de forma tranquila y segura.
La crianza nos invita a reflexionar y a entender que las necesidades de les niñes – y del momento evolutivo en el que se encuentran- no siempre coinciden con nuestras necesidades propias. Una divergencia que hace que los límites traten de responder a las necesidades de cuidar del niñe, garantizando y manteniendo su seguridad.
Los límites se deben plantear desde la empatía, el respeto y la disponibilidad. Debemos tratar de ser amoroses aunque a momentos no lo consigamos. Esto también forma parte de la crianza, el no poder ser siempre coherentes.
Los límites deben ser claros y acotados en el tiempo. También coherentes y aplicables, de nada sirve un límite que no podemos mantener ni nosotres mismes. Y, por encima de todo, deben ser consecuencia directa de un acto en el aquí y ahora.
Por ejemplo, cuando un niño quiere jugar a fútbol en el comedor. Lo primero que haremos será establecer el límite verbalmente con un “en el comedor no jugamos con la pelota”, dejando un espacio de respuesta del niñe. Si sigue jugando, le pondremos el límite físico de manera amorosa con un “veo que para ti es difícil dejar de jugar, por eso guardaré la pelota”. Aquí le adulte debe ser coherente y guardarla. Si le niñe se enfada ante el límite, debemos ser empatiques y darle a entender que “entiendo que te enfade no poder jugar con la pelota, pero en el comedorno jugamos a fútbol”. A veces pueden ofrecerse alternativas como jugar en el patio o ir al parque, pero no siempre será posible.

¿Cómo ponemos los límites?
La manera de comunicar los límites importa. Más allá de la empatía y el respeto, hace falta comunicarlos –y tratar de ponerlos- desde la calma, sin gritar o enfadarnos, pero también sin entrar en tratos con les niñes. Las adultas somos adultas y no entramos en un juego de roles iguales porque eso podría generar confusión en les más pequeños.
Tampoco tenemos que justificarnos cuando establecemos límites. Debemos mostrarnos segures y firmes en nuestras decisiones. Si nosotres tenemos claro que el límite que estamos poniendo es bueno para el infante nos sentiremos más segures.
Muchas veces ponemos el límite desde el enfado porque este no ha sido comprendido y atendido por el niño. Tenemos que ser claras y a veces acompañar desde el límite físico. Si excedemos nuestra paciencia es más fácil que nos salga la agresividad. Respetar nuestros propios límites es importante. No confundir respeto con falta de autoridad y claridad.
Como madres y padres debemos evitar recurrir al chantaje emocional y a la desaprobación del niñe. En todo caso, desaprobaremos la conducta. Un ejemplo, decir “no pegamos” y otro “eres malo”. La segunda opción desvaloriza al niñe.
Sabemos que no es fácil combinar todas estas actitudes, pero trabajar esta manera de abordar los límites –los infantiles y los propios- nos permitirá hacerlo de una manera más positiva y saludable para les más pequeñes y también para nosotres.
Un consejo práctico: los límites específicos con frases cortas y órdenes precisas ayudan mucho. Un ejemplo sería “este es mi pintalabios y no es para jugar. Aquí tienes un lápiz y papel para pintar”. Otro recurso es el límite físico, los niñes pequeños no saben atender el “No” a menos que venga acompañado del límite físico. En este caso sería retirar el pintalabios.
No obstante, y pese a todas las técnicas posibles, siempre habrá momentos y épocas en las que todo será más complicado ya sea por el momento evolutivo de nuestres hijes como por nuestra situación personal como adultes. Cuando no sea posible llevar los límites con calma y nos encontramos ante un mal comportamiento, lo mejor que podemos hacer es tomarnos un momento de calma, respirar y no culpabilizarnos. La crianza tiene momentos de todo.
¿Y si quiero educar sin límites?
Los límites son necesarios y beneficiosos si sabemos cómo establecerlos y mantenerlos. No ponerlos puede tener consecuencias que van más allá de la obediencia y el comportamiento inmediato del niñe.
La ausencia de límites o unos límites incoherentes generan vínculos inseguros y ambivalentes que hacen que estos dejen de estar relacionados con el acto del niñe y pasen a estarlo del estado emocional de madres y padres.
Además, sin límites dificultamos que les niñes aprendan a autorregularse provocando serias dificultades a la hora de gestionar su emocionalidad y frustración, así como a la hora de reconocer sus necesidades.
Por último, si no ponemos límites dejamos sin herramientas de socialización a les más pequeñes, que tendrán dificultades para relacionarse con los demás. Un hecho que puede generar niñes rebeldes, que cogen más fuerza y poder que sus mapadres, o niñes sumises, que pierden la conexión con su interior y se convierten en personas dependientes y siempre disponibles para otres. Por eso defendemos la necesidad vital de los límites. La crianza respetuosa debe serlo con las necesidades de les niñes, pero también con la realidad que nuestres hijes se encontrarán a medida que crezcan y conozcan el mundo. Y este mundo, como la vida misma, está lleno de límites.
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